Las cosas que mi abuelita me enseñó

Las cosas que mi abuelita me enseñó, que no quiero olvidar y poder trasmitir a quienes vienen después de mi.

domingo, 31 de enero de 2016

El papá que todo lo sabía y algo de lo que me enseñó

 



Hoy fue un domingo especial. Lleno de mucho aprendizaje, mucha reflexión y mucho ejercicio.
Hoy se celebró la 2a. Carrera Fucam de 10 km, una asociación civil para la prevención y atención de pacientes con cáncer de mama. La verdad es que cuando supe de la convocatoria no lo pensé dos veces, puesto que era una carrera (y estoy entrenándome física y mentalmente para un medio maratón) y además con causa (apoyar a la compra de una unidad móvil con un mastografo digital); lo que no imaginé fue el impacto que tendría en mi este evento.
Un poco de contexto: desde hace poco más de un año empecé a hacer ejercicio de forma más regular y ya que mi esposo es entrenador deportivo no me quedó de otra que levantarme temprano todos los días e ir a hacer ejercicio con él (La verdad si tenía opción, pero opté por escoger hacer cambios en mi vida para tener una mejor salud), no ha sido fácil, he tenido que cambiar muchos hábitos, entre ellos la alimentación. Pero ha sido una jornada maravillosa llena de mucho progreso en mi vida, en el aspecto de mi salud.
A inicios del año pasado mi papá comenzó a ver deteriorada su salud de forma drástica y acelerada. Para mayo del 2015 el diagnóstico más temido en esta familia fue confirmado después de una larga hospitalización: cáncer.
Sip. El cáncer parece estar ligado a ambas ramas de mi familia: mi abuela paterna, tía paterna, bisabuela materna, perdieron la lucha contra el cáncer. La más reciente, mi abuelita hace ya casi dos años (han parecido una eternidad, en realidad). Así que cáncer parecía un aviso inminente de la partida pronta de mi padre.
Sin embargo el luchó, luchó contra las expectativas y pronósticos de los médicos, medicamentos sumamente caros (no sólo por el costo, sino por los efectos secundarios), desesperación, pérdida de independencia, movilidad, desánimo, etc.
Sin embargo, para mí la palabra cáncer en ningún momento representó la idea si quiera de que mi padre tuviera que partir pronto de esta vida. Si, mi padre, pasó de ser un hombre fuerte e independiente, activo y sumamente amoroso e inteligente, a depender totalmente de nosotros para movilizarse, sufrir dolor, estar hospitalizado (o asistir 3 veces a la semana a terapia y químios) y no tener humor para hacer nada de lo que antes le provocaba placer.
Mi padre todo lo sabía. Sabía qué decir en el momento indicado, incluso cuando callar. Sabía la respuesta a todas mis preguntas y cuando no, lo investigaba. Mi padre sabía que su tiempo estaba cerca, sin embargo él siempre planeó, suguió planeando su vida como si ésta no fuera a terminar.
Cada vez que le platicaba de los entrenamientos y le contaba mis logros, tenía las palabras precisas de ánimo, a pesar de que el mismo ya no podía caminar como antes. Fui testigo de cómo sus piernas fuertes y esculpidas por el ejercicio constante que realizó toda su vida, se vieron reducidas a huesitos. Sin embargo también fui testigo de cómo su espíritu se engrandecía con la adversidad, como se vio fortalecido aún cuando después de meses de tratamiento los médicos dijeron: "no funcionó, el cáncer sigue avanzando"
Mi padre no perdió la batalla contra el cáncer, porque él jamás se dejó vencer, sin embargo su cuerpo debilitado no soportó y partió de esta vida mortal hace poco más de 3 meses. También ha parecido una eternidad sin él.
En junio del año pasado, después de que saliera del hospital y empezara con el tratamiento que le brindó notable mejora me enteré de un medio maratón que se corre el día del padre y se lo comenté: "papi, el próximo año correremos el medio maratón, aunque tenga que empujarte en la silla de ruedas"
Así que ese día lo decidí, correría el medio maratón con mi papá, aunque él solo estuviera dándome ánimos, porque quería probarme a mí misma que podía lograrlo, porque mi padre me enseñó que puedo lograr lo que sea, mientras me lo proponga y trabaje en ello. Mi padre me enseñó la excelencia.
Esta es la primera carrera en que después de su partida pensé en aquella conversación. Sobre todo porque la causa precisamente era vencer el cáncer. Y en mi familia, esa es una carrera ha lograr. Yo corro por ser la primera generación libre de cáncer. Por romper con el patrón que se ha llevado a las personas que más he amado, aquellas que han sido las que siempre me escucharon y apoyaron mis locuras: mi abuelita y mi papá. Así que mientras corría y veía a cientos de personas pasar a mi lado y el propósito por el cual corrían, en mi mente decía a pesar del cansancio (y por ratos el desánimo al ver que no podría llegar a la meta en mi tiempo estimado): "no puedo rendirme, porque miles de personas siguen luchando contra el cáncer y así como yo, tal vez se cansan, pero no se rinden en su lucha por la remisión o contra el desánimo contra el pronóstico de no mejora. Esas personas corren y siguen corriendo hacia la meta, tú no te puedes rendir hasta llegar a la tuya." No me gusta pensar en papá cuando corro, porque lo único que pienso es como lo extraño, pero hoy pensé en él y eso me ayudó a llegar a la meta, antes de lo que tenía planeado. Mi papá es un hombre muy sabio. Lo extraño más de lo que me permito expresar. Pero cada vez que es insoportable el vacío pienso en las palabras de mi abuelita diciéndome en mi cabeza: "¿para qué lloras? Él está bien, está haciendo lo suyo. Tú ponte a trabajar, ¿acaso no tienes fe en que volverás a verlo?" Mi meta sigue en pie: correr medio maratón para el día del padre. Si, mi padre no estará presente en cuerpo para verme cruzar la meta. Pero, a veces pienso que incluso mi papá sabía que no estaría presente y sin embargo siempre me daba ánimos de que podré hacerlo y por ello sé que lo lograré.

martes, 26 de enero de 2016

Los dones de la maternidad




Hace algunos años me crucé con un artículo que hablaba sobre las lecciones aprendidas como resultado de la infertilidad. Creo, en lo personal, que es una gran maestra. Y la que llamó más mi atención fue sobre la forma en que aún sin tener hijos puede desarrollarse el don de la maternidad. En aquel entonces me preguntaba ¿cómo puede la infertilidad enseñarte a desarrollar los dones de la maternidad? Y creo que empiezo a entenderlo.
Estos más de 5 años me han dado oportunidades de desarrollar dones, que al igual que una madre que educa a sus hijos, mi esposo y yo somos enseñados por el hecho de no poder tenerlos.

El don del amor desinteresado. Los niños en últimos años han formado parte constante de mi vida. Y he descubierto que es tan fácil hablar con ellos, debido al amor desinteresado que ellos pueden desarrollar por aquellos que tienen tiempo para ellos. El amar sin reserva parece difícil conforme avanzamos por la jornada de la vida, heridos por malas intenciones de personas, al grado que perdemos la capacidad de amar desinteresadamente aun a quien no conocemos. El estar cerca de los niños, me recuerda que debo ser mas caritativa y amar a mis semejantes.

El don de la paciencia. Los niños son tan pacientes con nuestros defectos, al grado que nos recuerdan constantemente como ser felices con las cosas más simples de la vida. Además, el esperar por resultados, cuando uno hace lo que está de su parte sin ver llegar la bendición prometida  es una de las mejores formas en que Dios nos enseña paciencia. Así como una madre debe ser paciente a que su hijo aprenda a caminar, a que hable para indicar sus necesidades, Dios nos enseña a poder entender el porque ciertas cosas no nos son dadas en el momento que creemos es el indicado para nosotros.

El don del asombro. Algo que me han enseñado los niños es que siempre debemos conservar nuestra capacidad de asombro. Pienso que esta capacidad está directamente relacionado a nuestro grado de felicidad. Me asombro cuando aprenden a pronunciar palabras nuevas, me asombro con la visión que tienen de la vida, me asombro que el Señor me esté dando tantas bendiciones al tener personas maravillosas alrededor que me permiten vivir con ellos y sus familias lo maravilloso de la infancia y de aprender a crecer.

El don de la gratitud. He aprendido a agradecer por cada cosa que puedo experimentar en mi vida. He aprendido tanto de mujeres maravillosas en mis visitas repetidas al hospital, he aprendido lecciones invaluables de fortaleza y entereza estando internada en el hospital y estoy tan agradecida por esas experiencias. Siento que de no pasar por esta condición, jamás habría sentido tanta gratitud por poner correr, sentarme, comer, cosas que parecen tan sencillas, pero que en ocasiones damos por sentadas y no valoramos todo lo que nuestro cuerpo perfecto debe realizar cuando funciona correctamente.

El don de la amistad. Es verdad que en los momentos más difíciles es donde las verdaderas amistades son probadas. Tengo la fortuna de contar con verdaderas amigas, que como yo, pasamos por situaciones semejantes. A veces sólo lloramos juntas, a veces gritamos nuestra inconformidad y compartimos nuestras lecciones aprendidas. Tengo amigas y amigos que son padres y que jamás me señalan, me cuestionan o tratan de "solucionar" mis problemas. Más bien, me permiten aprender de sus hijos y me sostienen con su fe y a veces solo callan y me prestan sus hombros para llorar. He adquirido además la amistad de varios pequeños que me enseñan tanto! Que juegan conmigo y secan mis lágrimas. Amigos que me platican sus aventuras en la escuela, que incluso al platicar conmigo, me llaman maestra o mamá y yo lo veo como una muestra clara de la confianza y el amor sincero que me tienen, porque son mis amigos.
Pero la amistad que más he aprendido a valorar es la de mi esposo. Definitivamente no podría pasar por estas circunstancias sin su amorosa bondad. Él es mi mejor amigo, me deja llorar en sus brazos, me da ánimos, me deja verlo llorar. Mis esposo siempre fue mi amigo, pero estos años de pasar por esta prueba juntos, ha ayudado a que nuestra amistad se forje y nuestro amor sea fortalecido, como un árbol cuyas raíces se hacen más y más profundas, antes de que puedan dar fruto.

El don de la prudencia. Yo veo a las madres que educan a sus hijos con amor y siempre me pregunto :¿cómo lo hacen?, reciben tantos consejos de familia, amigos, medio mundo que les da los mejores consejos para criarlos. He aprendido en este tiempo que incluso cuando no se tienen hijos, el mundo entero quiere decirnos cómo sobrellevar la infertilidad: con que médico ir, qué remedio probar, etc. En ocasiones he querido golpear (si golpear) a uno que otro con comentarios hirientes, pero he aprendido de aquellas madres prudentes que puedo escuchar, callar, pero al fin de cuentas como sobrellevo mi incapacidad para tener hijos, es un asunto mío y de mi esposo, tal como la educación de un niño es asunto de los padres solamente.

Hay muchísimos más dones que he aprendido a desarrollar y muchos que se que aún debo de aprender. Pero sea madre en esta vida o no, estos dones de la maternidad ahora forman parte de mí y me ayudan a ser una mejor persona, una mejor mujer, mejor esposa, mejor hija, mejor nieta.
Incluso uno de los últimos consejos que mi abuelita me dio, estando ya enfermita, fue ese, que dejara de preocuparme por tener hijos, que ellos llegarían o tal vez no, pero yo debo de seguir progresando.
Ha sido y sigue siendo una jornada llena de muchas emociones, mucho aprendizaje y mucha sabiduría implicada en el proceso. Pero sea que tenga descendencia a quien hablarle sobre mi asombrosa abuelita o no, tengo tantos niños en mi vida a quienes inspirar y de quienes aprender que me siento tan afortunada de desarrollar los dones de la maternidad en este tiempo de mi vida.